Sabemos poco de la vida que
llevamos a pesar de todo el conocimiento reunido en las escuelas y
universidades a las que asistimos a lo largo de nuestra existencia. Tenemos
dudas respecto de la definición y la naturaleza del tiempo, los sueños, la
muerte y un sinfín de temas relevantes desde la perspectiva espiritual.
Además del desconocimiento sobre
temas trascendentales tenemos suficiente ignorancia en historia de la humanidad
y todo lo que nos contaron queda en entredicho frente a la sensación de que nos
han mentido que aparece cuando advertimos que ciertas teorías extrañas sobre el
origen de la humanidad tienen algún sentido o lógica.
Si siempre nos hicieron creer en
un dios y nos atraparon en el dogma religioso a través de la educación y ahora
nos cuentan que nuestros creadores fueron extraterrestres con acceso a una tecnología
superior y los supuestos libros sagrados son ambiguos y abren espacio a la
duda, no queda más opción que admitir que no sabemos absolutamente nada y que
cualquier cosa pudo haber ocurrido antes de lo que podemos recordar sobre
nuestra propia existencia.
Cuando todo se viene abajo y no
se puede creer en nadie ni en nada externo es necesario cambiar de perspectiva
y valorar la sabiduría, la verdad interior, por encima de todo conocimiento. Ya
no importa si la tierra es plana o esférica, o si está aislada por una cúpula o
si solo es un holograma porque lo que importa es el genuino sentir frente a
todo lo que simplemente es una percepción de la realidad.
Estamos de cara al desafío de
reunir los fragmentos de las medias verdades, encontrar el sentido de los mitos
y reconocer la burla de las religiones para poder dar sentido a este plano de
la existencia, en función de lo cual cada afirmación de los tres libros previos
de esta serie, más que una idea ridícula, absurda o loca, es un golpe a nuestro
estado de somnolencia con el fin de despertar consciencia y es imperativo
perseverar en esa dirección.
Si la historia del jardín del
Edén hubiera ocurrido al menos dentro de cierta lógica, una serpiente difícilmente
habría provocado la caída del ser humano porque lo más factible es que doña Eva
hubiera salido corriendo y gritando por el paraíso en busca de don Adán y no se
hubiera puesto en el plan de prestar oído a un reptil.
¿Y el papel de la religión
entonces? Así como los humanos no necesitan la adoración de un nido de
hormigas, un dios no necesita de la adoración de los humanos. Un ser divino
supuestamente, pero lleno de carencias y necesidades no merece el altar de un Dios
y menos aún si tolera o propicia las tribulaciones y el sufrimiento por parte
de su creación.
Cuando el esclavo no sabe que lo
es, o acepta las reglas de la esclavitud, no lucha por su liberación. La
humanidad ha estado esclava, pero ya está logrando consciencia de esa condición
y está por fin en ruta de liberación. La narrativa de la “nueva era” solo es
otro velo para ocultar la verdad.
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